Se exasperan los muchachos en las calles si sospechan que no me bebo tus caprichos. Y es que vida, después de despedidas apresuradas en domingo, maletas y estaciones, y eso de quedarme tus calzoncillos, pues, vienen los días de dependencia, de buscar tus labios en los bares, tus miradas en el metro.
Encuentro la libertad de lunes a jueves en Café de Indias, bebiendo té y contándole a las servilletas de nuestros pecados, de la condenación eterna y de lo suave que es el fuego del infierno en ocasiones. Ciertos viernes y sábado los Gin Tonics hacen el resto en la Alameda, y el paseo hace de confesor, muchas veces de consejero. Hércules en Sevilla es mi Consillere. Pero a esta ciudad le falta mi sonrisa preferida, y eso debe ser lo más contraproducente que ha experimentado moza alguna.
Que prefiero andar descalza sobre puntas oxidadas, a probar el terror que queda en el vacío de una cama. Y el calor es eso que rescatamos cada viernes al bajarme del tren, tú ahí cogiéndome el equipaje, como si fueras una película en blanco y negro, y resulta gracioso, porque tú eres más como James Dean, ni flores, ni bombones y mucho menos bailes en París.
Pero no necesito que seas Rick Blaine, que por caballero ayudó a Ilsa a irse con otro.
Te pediré algo, patalea cuando me veas marchar, grita que no quieres perderme, asegura que no sabes ser sin mi voz, y te juro que de una patada cambio las islas de sitio.