Esa maldita capacidad de sacarme del hoyo cuando más hundida estoy, en esos días que me ahoga el vacío de la cama.
Todos estos meses he pensado en algo que me haría feliz. Me gustaría que cada día al lavarme los dientes tu cepillo estuviera justo ahí, al lado del mío, como si ese fuera el único lugar del mundo al que debiera pertenecer.
Eres capaz de coger al mundo por las pelotas y deshacerte de él con una patada de rabia. De rozarme con la punta de los dedos la barbilla y se me reviente la vida en un segundo.
Que la sutileza de un susurro estalle en tu garganta y me suene a dulce rock.
Vienes y las calles se encojen en un suspiro al ritmo de tus pasos, a la vez que se encabronan las hojas de los árboles porque el viento se ha encelado de tu pelo.
¿Y cómo evito bailarte el agua si no sé dejar de ser satélite?