12 nov 2015

Mer.

Mer aplaude con fuerza cuando Alfonso termina de tocar. 
Es uno de esos típicos miércoles en los que vuelve a casa después de las tres de la madrugada con la lengua aun sabiéndole a ginebra rosa.

Habla, ríe, bebe y le pide otra copa a Chiqui.

Mer nunca se calla, abre la boca y cientos de avispas salen a toda velocidad. No llegan a picar, pero te asustan, las avispas solo pican si se sienten amenazadas. Me gustan las avispas de Mer, me gusta cuando las deja libres, cuando vuelan y aparece el caos.

Me cuenta que otra vez salió mal, que él parecía distinto y acabó en decepción, que no le duele que haya otra, que no soporta que se lo niegue.
Desafinamos una de Chaouen, miramos la cartera pero no nos da para otro Puerto y acabamos con un vino dulce entre los labios mientras se nos achinan los ojos.
Fran apaga la última luz de La Sala y salimos. 
Los adoquines del Pumarejo están mojados, no hace mucho que ha pasado el servicio de limpieza. El autobús está llegando al Arco casi a la vez que nosotras. Siempre nos sentamos en la parte de atrás y a la izquierda.
Un hombre habla solo en el asiento de enfrente, tiene los rasgos típicos de la adicción y el consumo, parece cansado, pero sigue hablando solo.
Bajamos.
Mer me acompaña hasta la puerta antes de seguir su camino y ahora yo le cuento mis historias. Ella me entiende, yo respiro y ella me entiende.
Estamos jodidas, somos las reinas del drama, nos miramos y reímos. Siempre ríe, aunque esté rota siempre ríe.

No estás sola, él se ha ido pero no te ha dejado sola, igual que yo, me he ido pero no pienso dejarte sola. No estás sola.
Siento no poder quitarte todo el peso del dolor, siento que mis palabras no sirvan, que mis abrazos no lleguen, siento no estar para decirte que todo pasará, que echarás de menos pero ya no dolerá.

Eres una valiente y no estás sola, acuérdate de vivir, siempre.
Pisa fuerte en la Alameda.

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