Por más veces que te lo diga no
va a tener más sentido. Por mucho que te lo demuestre no va a ser real si no lo
haces tuyo.
¿Qué más quieres que te haga qué
ya no hayas sonreído? Que sigo aquí joder, mírame. Sigo aquí. Dejándome tu
nombre en las servilletas de los bares y el pintalabios en los vasos.
Que tengo una lista con todas las
ciudades a las que aún no le hemos puesto el acento. Y en todas quiero que
estés tú. Buscando las calles en google maps antes de salir a comernos. Olvidando
dónde hemos aparcado el coche. Caminando. Parando para que yo me baje de los
tacones. Haciendo turismo en los hoteles. Que sí, que quiero tu cepillo de
dientes al lado del mío.
Nos he visto. Nos he visto casi
jubilados, a ti asomándote varias canas y yo con el culo caído y miles de
arrugas de las veces que me has hecho reír. Estábamos sentados en una terraza
de verano, y todas las parejas de más de 60 ni se miraban, no pronunciaban
palabra, ellos se limitaban a beber del vino, ellas mosto de uva, y ellos
observando el vuelo de la falda de veinteañeras levantaban una ceja y arqueaban
la mirada, ellas hacen como que no se dan cuenta, buscan un abanico en el bolso
y fingen que tienen calor, fingen que sienten algo.
Y ahí estábamos nosotros yo te
miraba y tenías los mismos ojos que ahora, pero con más historias, más abrazos
y más orgasmos. Te miraba y me la devolvías, y nos enamorábamos otra vez. Como
hacemos todos los viernes. Y entonces hablábamos de coger un tren y plantarnos
en Viena, y que a orillas del Danubio un poeta de calle nos escribiera unos
versos, como si nos conociera de antes.
Nos mirábamos y ellos seguían sin
hablarse y nos miraban. Nos envidiaban y se preguntaban ¿Cómo lo hacen?
¿Cómo? ¿Pero cómo mierdas voy a
dejar de hacerlo si sigues estando?
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