Lo días en los que te tengo, como si poseyera las escrituras
de tu cuerpo, cacique de tu espalda, dueña de lo que dices, de lo que te
callas, propietaria de tus medias verdades, de tu incesable manera de hacer
atractivo lo imperfecto. Pero nada tuyo me pertenece, por eso te quiero libre. Porque eliges verter tu libertad en mi existencia.
Los días en los que te he tenido. Dentro.
Hemos sido agua,
barro, huracán y tormenta. Y todo te llamaba, todo te codiciaba. Y tú gritabas
que querías estar solo. Conmigo.
Me llevabas a cenar con la risa en los pantalones, con tu
barba de tres días desmontándome las razones, con el pelo despeinado cantándome
canciones mientras rompía las servilletas de los bares que te decían “Gracias
por las vistas”.
Son los días en los que te tengo cuando no tengo que luchar
por nada, porque ya te tengo.
Brillas por tu esencia, crías cuervos y te regalan ojos.
Me resuelves los enigmas, adivinas mis misterios. Deshaces la
cama como quien construye castillos. Pruebas mi saliva como quien cata vinos. Te
sumerges en mi cuello y me esnifas.
Todos los viajes que planeamos, todas las veces que
preguntas con el dedo en el mapa “¿Aquí?” y yo te digo “Donde sea. Pero contigo”. Y luego no vamos a ningun sitio, pero viajamos a cualquier lado.
Tus piernas calentando mis pies helados. Tus manos
saboreando mi pecho. Mi pecho señalándote con el dedo. Mi pecho, que no
disimula.
Todas las veces que hacemos las paces. Aquí te pillo, aquí
te mato.
Esa noche. Ese baño. Los días en los que te tengo.
Los días en los que no te tengo. Todo mi mundo lleno de
vacíos. Todos mis vacíos llenándose de nada.
Todo lo que quiero son los días en los que te tengo.
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