Vamos con la segunda entrada del blog que dedico
a mis recuerdos. Hoy es el turno de mi madre.
Durante más de cuatro años sólo podía ver a mi
madre en vacaciones y fines de semana debido a su trabajo. Como mi padre era
Policía sus turnos tampoco le permitían estar muy pendiente de mi, por lo que
crecí esos años prácticamente con mi abuela, así que no me vengan con lo de que madre no
hay más que una.
El primer día de colegio en infantil, yo tenía
tres años, cuando mi abuela me recogió y me preguntó qué tal me había ido
contesté "Fatal, solo hemos hecho plastilina y esas cosas de niños
chicos", me aburría tanto que a mi madre no le quedó más remedio que
enseñarme a leer de viernes a domingo con esa edad".
A los 9 años comencé a escribir rima, a los 11 me
pasé a relato corto, y los 15 prosa o algo parecido a lo que hago ahora. A los
9 ya me había leído el principito, libro que leo al menos una vez al año, a los
12 Soldados de Salamina y la voz Dormida, y a los 13 me pasé a Benedetti,
Neruda y Coelho y algo de Shakespeare que el maestro Antonio Sanchez me había regalado en años anteriores para mi comunión.
Mi madre no solía comprarme regalos fuera de
Navidad y los cumpleaños, pero siempre encontraba alguna fecha para regalarme
estos libros.
Mi madre para dormir (porque yo nunca podía
dormir, sólo en los bares y en el Opel kadett de mi padre) me cantaba canciones
de Silvio, Jara, Aute, Sabina... entre otros, supongo que de ahí mi debilidad
por los cantautores, mis ansias de libertad, y mi manía de protestar ante
todo lo que me parece injusto.
Desde que tengo uso de razón mi madre me empezó a
dar una pequeña paga y decía que yo era la administradora, ese era el dinero
del que disponía para toda la semana, si al finalizar la semana quería pagarme
algo y ya había gastado el dinero, la responsable era yo y tenía que asumir las
consecuencias. Ella me pagaba las cosas más necesarias y algunos regalos en las
fechas señaladas anteriormente, si se me metía en la cabeza algún capricho
debía ser yo la que lo pagara, así aprendí a ahorrar y valorar el esfuerzo que
cuesta conseguir ciertas cosas. Yo me compré mi primer móvil y pagaba el saldo
del mismo.
Lo mismo con el horario de llegada a casa, si me
pasaba 5 minutos o el tiempo que fuera al día siguiente me descontaba los mismo
minutos, y si volvía a llegar tarde esos minutos se iban acumulando. Me daban
libertad siempre que ellos vieran que sabía administrar esa libertad y que
entendía que la convivencia requería de unas normas y cierta jerarquía con
respecto a ellos.
Hablábamos de todo. Desde bien pequeña tuve
curiosidad por el tema del sexo, y jamás me contaron historias de cigüeñas o
semillitas, mi madre siempre me lo explicaba todo tal y como era, adaptando sus
palabras a mi entendimiento.
Aún mi madre me cuenta que siempre he sido
demasiado sensible y emocional, que me empeñaba en cargar con los problemas del
mundo, que si veía en las noticias hambre, terrorismo o incluso calentamiento
global, me tiraba noches sin dormir, sufriendo e intentado buscar una solución.
El problema es que con el tiempo ese sufrimiento se traslada a problemas cada
vez más importantes, pero con la madurez también he aprendido a gestionar mis
emociones (o casi).
Genial
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